El Show de la Impunidad: Cómo Loret de Mola, Televisa y el Estado destruyeron a Israel Vallarta

“La verdad no importa si el encuadre es bueno, si la música es emotiva, y si el villano ya fue seleccionado. La justicia en México no se dicta en tribunales: se estrena en horario estelar.”


1. La escena del crimen mediático

9 de diciembre de 2005. Las cámaras de Televisa están listas. Carlos Loret de Mola, desde el noticiero matutino más visto del país, narra en vivo lo que —según él— es un operativo auténtico: una redada para liberar a víctimas secuestradas y detener a los líderes de una peligrosa banda criminal, “Los Zodiaco”. Los detenidos, Israel Vallarta y Florence Cassez, son exhibidos, esposados, humillados, y convertidos de inmediato en enemigos públicos.

Pero hay un detalle: todo era un montaje. Una puesta en escena dirigida por la Agencia Federal de Investigación (AFI), entonces bajo el mando de Genaro García Luna, hoy preso en EE.UU. por vínculos con el narcotráfico. Un teatro cuidadosamente producido, con tomas cercanas, diálogos heroicos y narrativa lista para criminalizar.

El operativo ya se había realizado un día antes, y las víctimas ya habían sido liberadas. Sin embargo, decidieron repetir la escena —ahora sí con cámaras— para que el show se transmitiera al pueblo. La orden no vino de un director de televisión, sino de un funcionario de seguridad del Estado. Y Loret, como siempre, obedeció.


2. Israel Vallarta: un nombre destruido

Desde ese momento, Israel Vallarta fue condenado. No por jueces, sino por el tribunal más peligroso: la televisión. Nunca fue sentenciado. Nunca se probó su culpabilidad. Pasó 19 años en prisión preventiva, sin juicio justo, bajo tortura, con múltiples violaciones al debido proceso. Fue desaparecido mediáticamente y solo su familia —y un puñado de voces críticas— mantuvieron viva su causa.

Florence Cassez, su expareja, fue liberada en 2013 tras un fallo de la Suprema Corte que reconoció el montaje y las irregularidades del caso. Vallarta no corrió con la misma suerte. Porque no era francesa, ni útil para el capital diplomático. Era mexicano, pobre, prescindible.

Sus cartas desde prisión fueron sistemáticamente ignoradas. Sus denuncias de tortura descartadas. El montaje fue aceptado como “error” por Loret, pero nunca como crimen. En México, fabricar culpables no se castiga. Se premia con contratos, ratings y protección.


3. La maquinaria de impunidad: Loret no cae, Vallarta sí

Carlos Loret de Mola jamás pisó un tribunal por este montaje. Ni fue citado a declarar, ni enfrentó consecuencias. Hoy se presenta como “periodista independiente”, crítico del poder, vocero de la oposición moral. Un disfraz que solo engaña a los que olvidan —o a los que nunca supieron— que él fue el rostro del montaje, la voz del montaje, el cómplice del montaje.

Mientras Israel Vallarta fue torturado con toques eléctricos, Loret fue premiado con contratos millonarios y espacios privilegiados. Mientras la familia Vallarta fue destruida, Loret ascendió como el niño estrella del periodismo domesticado.

Quién le dio ese poder?
Los mismos que hoy le aplauden desde Latinus.
Los mismos que encubrieron a García Luna.
Los mismos que convierten la televisión en una celda invisible.


4. La fábrica de enemigos públicos

El caso Vallarta no es una excepción. Es el modelo. En un país donde el Estado necesita fabricar villanos para ocultar a los verdaderos, la televisión es la fábrica de culpables. No se necesita juicio, ni evidencia, ni abogados. Solo se necesita una cámara, un guion, y un presentador dócil.

Israel Vallarta fue el perfecto enemigo público: un rostro sin poder, sin defensa, sin aliados. El montaje sirvió para distraer, para calmar el escándalo del secuestro, para exhibir “resultados” de un narco-Estado que simulaba combatir al crimen mientras pactaba con él.

¿Y cuántos más hay como Israel? ¿Cuántos siguen tras las rejas porque un productor, un reportero o un secretario de Estado decidieron que lo parecían culpable?


5. La liberación que no es justicia

En agosto de 2025, después de casi 20 años preso, Israel Vallarta fue finalmente liberado. No porque el sistema haya cambiado. No porque alguien haya sido castigado. Fue liberado porque ya no servía mantenerlo encerrado. Porque el escándalo internacional ya era insostenible. Porque la indignación comenzaba a salirse del guion.

Pero nada puede devolverle el tiempo robado. Nadie puede devolverle a su familia el horror, el estigma, la tortura. Nadie le quitará el sello de “secuestrador” que le impuso un periodista desde un foro de televisión. Vallarta salió libre, pero no reparado. Salió caminando, pero con una cicatriz mediática que nunca se borra.


6. Conclusión: El periodismo como arma

El caso de Israel Vallarta debería ser una advertencia: en México, el periodismo puede ser más peligroso que una pistola. Porque cuando se alinea con el poder, cuando fabrica culpables en lugar de investigar la verdad, se convierte en un arma de destrucción legal.

Carlos Loret de Mola no es un error del sistema. Es su símbolo. Su rostro. Su operador estrella.

Y mientras no haya justicia para Israel Vallarta, seguiremos viviendo bajo el régimen del show: donde el Estado actúa, los medios graban, el pueblo aplaude, y los inocentes mueren en la sombra.

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